Revista Cauce

Fundación Chadileuvu

Cauce AÑO 4, N° 57

CAUCE. REVISTA ELECTRÓNICA DE LA FUCHAD AÑO 4, N° 57 EDITORIAL

Los escritores y el agua No es extraño relacionar a nuestra provincia con la falta de agua. De hecho, creemos que es parte de la identidad pampeana. Crecemos en un territorio en el que, en gran parte, se observa un paisaje agreste y desértico. Pero en ella corrían ríos; brazos que alimentaban la vida de diferentes localidades y que fueron arrebatados con el paso del tiempo. Angel Garay, policía de Paso de los Algarrobos, fue testigo de ese proceso. En 1947 escribió un telegrama a quien era Presidente de la Nación, Juan Domingo Perón, explicándole lo que estaba aconteciendo. Su documento quedó grabado en la memoria de nuestra provincia y se convirtió en un cauce que nos obliga a recordar lo que es nuestro. A continuación, les presentamos un breve relato ficcional escrito por Alberto Golberg basándose en una conversación que mantuvo con el Señor Ángel Garay en la sede de la Fundación Chadileuvú. A orillas del Atuel


Al marcar aquel cuadrado cerca del río nunca imaginé que iría a alojar tantos difuntos, los hubo de todas las edades. Lo medí a pasos y con una pala hice un surco en el suelo para marcar los lados, luego con la ayuda de algunos vecinos cortamos troncos para cerrar el espacio y así quedó señalado aquel camposanto de fortuna. Pasaba que entre las atribuciones que fijaba mi cargo de policía del Territorio constaba la de registrar los fallecimientos y sus causas y me resultaba muy difícil realizar esa tarea si los cristianos eran enterrados a la buena de Dios, en medio de los campos. Debía informar si el deceso había sido de origen natural, violento o producto de un accidente; en el tiempo que permanecí en ese paraje, nunca registré una muerte violenta, algún accidente si lo hubo perolas muertes se producían sobre todo por enfermedades. Como suele suceder en todos los sitios donde la gente no se alimenta bien y no hay un médico que la asista, la mayor cantidad de fallecimientos se producían a partir del nacimiento y durante los primeros años de vida. Al principio las muertes no excedían la de otros parajes; la situación cambió y cómo, cuando se secó el río pero de esto voy a hablar después. Cuando llegué a Paso de los Algarrobos, las únicas construcciones importantes eran la Escuela Hogar y el recinto policial, apenas unos cuchitriles que servían de oficina dormitorio y cocina. Era dura la vida en ese entonces y después se puso peor. Los víveres eran traídos desde Santa Isabel una vez al mes y junto con los víveres el camión traía todo lo demás, la correspondencia, el combustible para los faroles y algunos vicios como los cigarrillos. Para mí, aparte de la comida y el kerosén, lo más importante era la correspondencia, porque con ella venía el curso de radio telegrafista que estaba haciendo a distancia como se dice ahora; tenía mucho interés en completarlo porque esta formación me iba a permitir obtener un ascenso en el escalafón policial y con esto quizá pasar a otro destino menos peliagudo.

Mi única compañía en aquel destino fue la maestra de la escuela, era muy joven, no tenía aún 20 años cuando yo llegué allí; era porteña, se había recibido en el Mariano Acosta, una de las escuelas normales más tradicionales de Buenos Aires. Por más que lo exploré, nunca pude conocer el motivo que la llevó a este paraje tan inhóspito, alejado de su familia y de sus amistades pues no solo tenía que ver la distancia, sino (y mucho más) el aislamiento debido a la falta de comunicaciones, hay que tener en cuenta que lo que relato sucedió a mediados de los años cuarenta. No es que la haya acosado a preguntas acerca de ese misterio pero en cada oportunidad que rozaba el tema ella me contestaba que desde que comenzó a estudiar el magisterio pensó en radicarse al menos durante un tiempo en algún sitio remoto de nuestro territorio donde la gente no tenía posibilidades de alfabetizarse por falta de maestros; en el Ministerio de Educación le habían ofrecido este destino y ella lo aceptó. Sin embargo, por el tono de su respuesta y también por las vacilaciones que solía tener cuando se refería a este tema se podía percibir que existía algún misterio oculto más allá de su entrega y abnegación. Con ella, si bien no existió amor (y no me pregunten por qué: diferencia de edades quizás, o de clase, ella venía de una familia de alto rango, vinculada con Carlos Saavedra Lamas, varias veces ministro y primer premio Nobel argentino), existió una especie de simbiosis que funcionó sin sobresaltos durante todo el tiempo que permanecí en el paraje. Sin embargo creo que ella dependía más de mí lo cual es explicable porque debía luchar por la sobrevivencia de unos treinta chicos y chicas que tenía a su cargo. Conseguir leña durante los inviernos, comida cuando el camión se atrasaba no era fácil en esas soledades. La penuria sucedía con más frecuencia durante los inviernos; teníamos que salir a caballo sobre un tapiz blanco que trepaba por los pastos de menor altura convirtiéndolos en puntiagudas espadas, para atrapar algún animal que se dejara caer. Yo le transfería todos los casos de enfermedades que llegaban a mi puesto; con el tiempo la gente se acostumbró a llevarle los enfermos directamente a ella pues había adquirido por experiencia e instinto una gran habilidad para realizar diagnósticos, además con la ayuda del Ministerio de Educación pudo reunir un botiquín que le permitía atacar las enfermedades más comunes.

En aquellos días el tiempo transcurría con la normalidad de la rutina: la denuncia por la desaparición de una oveja, la inscripción de un difunto y los nacimientos que también de acontecimientos más felices me ocupaba y las charlas con la maestra a la luz del farol o en la oscuridad cuando escaseaba el kerosén. Tantas noches pasadas entre mate y mate en la cocina del puesto o en la de la escuela; relatos de nuestras vidas pasadas, poca historia porque ambos éramos jóvenes sin mucho que contar para atrás, en cambio teníamos expectativas para el futuro, también algo de política pero no mucho porque las noticias que nos llegaban eran más bien escasas y bastante atrasadas; por ese entonces nos enteramos que en el país estaban sucediendo hechos de gran importancia. Pero cierto día la corriente del río empezó a mermar hasta que el lecho quedó convertido en un arenal y todo cambió. El agua era la vida de ese paraje como sucede en todo el mundo y para todos los seres vivos sean cristianos o animales. Inicialmente tuvimos una reacción de sobrevivencia: sobre el lecho seco del río construimos jagüeles, aún corría agua a poca profundidad pero no alcanzaba para el ganado y los humanos. Comenzó el éxodo, no sólo en el Paso, la gente huía a lo largo de toda la ribera del río seco. Y como las catástrofes nunca llegan solas, el ganado se enfermó, sobrevino una gran mortandad de lanares. El campo santo que habíamos construido a mi llegada, hasta entonces muy ralo de difuntos, comenzó a poblarse aceleradamente. Yo atribuía todos esos males a la falta de agua, también la maestra. Cavilaba sobre qué hacer antes que entre el éxodo y las muertes no quedara nadie en el Paso pero la acción que se me había ocurrido era muy extrema y podría acarrearme serios reproches de la autoridad, quizás la pérdida del trabajo y aún no había terminado el curso de radio telegrafista con el cual podría entrar a trabajar en el correo. Llegó el día terrible en que la cruda realidad sobrepasó mis temores; conocía a la mujer porque alguna vez se había acercado al puesto para inscribir a un hijo o pedir comida cuando el frío o la sequía acechaban. Traía en sus brazos un bulto tapado por una manta, “Se me murió señor, tenía seis meses, fue la diarrea”. Tomé una pala y la acompañé al camposanto, lo enterramos con la manta que lo envolvía. Me acerqué a Santa Isabel para conseguir una máquina de escribir y redacté la carta: “Gobernación de La Pampa. Paso de los Algarrobos, Agosto 8 de 1947. Al Excmo. Señor: Presidente de la Nación General Don: Juan Domingo Perón Buenos Aires.

De mi mayor consideración: Me dirijo a V.E. con el propósito de hacerle saber las circunstancias críticas por la que atraviesan los pobladores de esta zona. Soy empleado de Policía, desempeño mis funciones como operador Radiotelegrafista, hace un año y ocho meses que estoy en este paraje "Paso de los Algarrobos", como encargado de Destacamento Policial y de una Radio estación pertenecientes a la Repartición (. .. ). Pero Señor Presidente, quiero comunicar directamente a Ud. la lamentable situación de los pobladores de la zona. Todos ellos de situación humilde están perdiendo en su totalidad la producción ganadera, que alcanzará a millones de cabezas en su mayoría lanares, pobladores todos, pequeños criadores (. .. ). Pero el hecho de que me dirija a V.E. es que todos estos pobladores están ubicados en las costas de los ríos Atuel y Salado, al este de la Pampa, próximo al deslinde con la provincia de Mendoza. En esta zona lo hacen todo los dos ríos nombrados. Pero desgraciadamente en esta provincia (Mendoza), se obstruye el curso de las aguas por el cauce de los ríos referidos, para regadío de campos en el paraje denominado "Loncovaca", que se benefician solamente dos personas según datos que he podido recoger, no ignoro que se utilizarán estas aguas para fomentar la riqueza nacional, pero tampoco escapa (. .. ). Aquí no son dos personas solamente, Señor Presidente, los que claman por que se dé largada al agua, son cientos de familias, que ya ni agua para tomar consiguen, son millones de cabezas de ganado que se pierden. Las familias enteras abandonan este lugar después de haber perdido todo su poco capital, y sinceramente Señor Presidente la situación, es de profunda tristeza, no tienen agua para tomar en algunas casas, y donde la hay sirve porque no hay otra. Todo esto tiene solución dejando correr el agua aunque sea cuatro meses al año, por el cauce de los ríos (... ). Señor Presidente al dar término a esta comunicación, mis 26 años argentinos me dicen que cumplo con un deber para mi Patria.” Creo que éste fue el acto de servicio más importante de mi larga carrera como policía.

Alberto Golberg

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